DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

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Pbro. Felipe Agudelo Olarte

Un giro inesperado en la narración sorprende a los lectores del texto evangélico dominical. Hay un cambio de escena, de actores, de argumento en el relato. El texto que al inicio del capítulo insistía en la multitud de personas que seguían a Jesús (6,2.5), concluye afirmando que muchos son los que se escandalizan y deciden irse (6,60.66), quedando así un número reducido: Doce, entre ellos el traidor (los versos 70-71, que el texto litúrgico no incluye). Se da un paso del ámbito de la sinagoga, donde desde el v. 22 se ha venido desarrollando la escena, a un sitio exterior en el que los discípulos se encuentran con Jesús. El tema del pan que ha dominado el capítulo, cede al tema de la palabra.

El Capítulo 6 del evangelio de Juan posee una estructura similar al capítulo anterior: la realización de un signo por parte de Jesús (vv. 1-21) y un discurso en el que se permite comprender el significado del gesto realizado (vv. 22-59). La diferencia entre ambos capítulos radica precisamente en los vv. 60 – 71. En ellos el evangelista parece volverse al lector e impedirle continuar el avance en el texto, sin antes cuestionarse si decide hacer parte de los “muchos” que se retiran o de los “Doce” que permanecen.

Dos actitudes son descritas en el texto: el retirarse (vv. 60-65) y el confesar la fe en Jesús (vv. 66-69). La primera de ella está motivada porque la palabra de Jesús es fuerte, dura (sklēros). El texto refiere entre líneas discusiones cristológicas de la comunidad, especialmente la dificultad de creer que Aquél que ha venido en la “carne” es el Hijo de Dios (referido en el texto de Juan con la expresión “bajado del cielo” v. 50).

Esta actitud es descrita particularmente en el v. 66 con verbos y palabras que expresan lo contrario de ser discípulo. Los que se retiran se vuelven en otra dirección del rostro de Jesús y ya no caminan más con él. Podríamos releer este versículo desde Isaías 50,5: “El Señor me abrió el oído, yo no opuse resistencia ni me eché atrás”. ¿Qué no es ser discípulo? Cerrar el oído a la Palabra, resistirse a ella y volver a atrás.

En contraposición a esta actitud de retirarse, el texto propone la de la confesión de fe (vv. 67-69). Esta es referida por Pedro, quien representa a los “Doce”, a los cuales interroga Jesús en plural. Es llamativo que la expresión “Doce” referida a los discípulos sólo aparece cuatro veces en el texto de Juan (6,67.70.71; 20;24), de las cuales tres son en los versículos de nuestro análisis.

Esta referencia explícita al círculo más cercano de Jesús es en Juan sólo posible por una decisión por su Palabra, la cual, aunque “dura”, es la única opción del discípulo. Esto lo acentúa el evangelista con los dos verbos que expresan el proceso vivido en los discípulos y que Pedro describe: “Hemos creído y conocido” (v. 69). Ambos verbos son expresados en el texto griego en un indicativo perfecto (pepisteúkamen – egnōkamen), con lo cual se pone de manifiesto una acción puntual en el pasado con consecuencias claras en el presente de la vida de los Doce. Seguir a Jesús es un hecho puntual acaecido en la vida de sus seguidores con efectos verificables en el hoy.

El aparente cambio realizado al final del capítulo, es en realidad el propósito narrativo al que el autor del Cuarto Evangelio ha querido conducirnos: pasar de una multitud sin compromiso, al número reducido de los seguidores; a la comprensión que el “comer” el Pan de Vida, exige una decisión existencial en coherencia con la Palabra de Vida.

Detrás de estos últimos versículos resuenan las relaciones bíblicas entre: Alimento – Palabra – Misión, que podemos resumir en una sola palabra: Profecía. Es lo que viven Jeremías (Jer 15,16), Ezequiel (Ez 3,1-3) o lo que se narra del Vidente en el Apocalipsis (10,9). El discípulo de Jesús, que como el Maestro es enviado al mundo y ha recibido su llamada “fuera” de la sinagoga para que su mensaje no se limite a recintos y grupos específicos, sino a todo hombre, debe vivir en actitud profética.

El discípulo de Jesús no se refugia en círculos que le brindan seguridad, no le tiene miedo al mundo, sale al diálogo con él. En medio de las distintas corrientes del mundo, tiene siempre claro dónde anclar su corazón, dónde se encuentra la verdadera alegría, como lo proclama en clave de plegaria la oración colecta dominical (ut, inter mundanas varietates, ibi nostra fixa sint corda, ubi vera sunt gaudia).

A la luz del texto evangélico dominical, Pedro Casaldáliga, un profeta de nuestro tiempo, nos regala en uno de sus poemas, una propuesta para aunar en el hoy de nuestra vida nuestra decisión-confesión de ser discípulos y de vivirlo como profetas:

“No basta con dar pan,
hay que dar hambre.
No basta con que des el Evangelio:
has de abrir, con tu vida,
la pasión de comerlo”.

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