Pilar pastoral

La formación pastoral de los que se preparan al seminario mayor puede ser incipiente, pero debería al menos reflejar inicialmente el celo Apostólico, que es fruto de una auténtica vocación. Por lo tanto, debe:

  • Tener vinculación con la vida parroquial, haber participado en la vida de comunidad o en alguno de los grupos apostólicos.
  • Mostrar interés en que todos los que los rodean y el mundo entero conozcan y amen a Jesús.
  • Reflejar sensibilidad ante el sufrimiento de los pobres y necesitados y tenga capacidad para relacionarse con todas las clases sociales.
  • Mostrar interés por el territorio de dónde proviene o al cual se incardinada como sacerdote (sentido de pertenencia) y, a su vez, esté abierto a la misión sin fronteras.

Ya que la finalidad del Seminario es la de preparar a los seminaristas para ser pastores a imagen de Cristo, la formación sacerdotal debe estar impregnada de un espíritu pastoral, que los haga capaces de sentir la misma compasión, generosidad y amor por todos, especialmente por los pobres, y la premura por la causa del Reino, que caracterizaron el ministerio público del Hijo de Dios; actitudes que se pueden sintetizar en la caridad pastoral.

Sin embargo, se debe ofrecer una formación de carácter específicamente pastoral, que ayude al seminarista a adquirir la libertad interior necesaria para vivir el apostolado como servicio, capacitándolo para descubrir la acción de Dios en el corazón y en la vida de los hombres. Vivida así, la actividad pastoral se configura en el ministro ordenado como una permanente escuela de evangelización. Durante este tiempo, el seminarista comenzará a ejercer las funciones de guía de un grupo y a estar presente como hombre de comunión, mediante la escucha y el cuidadoso discernimiento de la realidad, cooperando con otros y promoviendo la ministerialidad. De modo particular, los seminaristas deben ser debidamente educados para colaborar con los diáconos permanentes y el laicado, valorando su aporte específico. También es necesario que los candidatos al ministerio presbiteral reciban una conveniente formación sobre la naturaleza evangélica de la vida consagrada en sus múltiples expresiones, sobre su carisma propio y sobre los aspectos canónicos, en vista a una fructuosa colaboración.