El ser humano a lo largo de la historia se ha hecho preguntas bastante profundas, una de ellas radica en lo finito que es su paso por este mundo, la realidad de la muerte. Hay un deseo de infinito, de inmortalidad, existe un anhelo de vivir para siempre.
Los tres últimos Domingos hemos venido leyendo de manera consecutiva el capítulo sexto del Evangelio de San Juan, conocido como el discurso del “Pan de vida”. En esta narración encontramos inicialmente como Jesús ha hecho que el pan material se multiplique para abastecer a toda la multitud hasta saciarlos, seguido a este acontecimiento ellos lo siguen porque les había calmado el hambre, a lo que Jesús les ofrece un pan espiritual, que no los llenará momentáneamente, sino que les permitirá vivir para siempre.
Antes de querer vivir para siempre es necesario responder a la pregunta: ¿qué es vivir? Porque hay una gran diferencia entre existir y vivir. En el primero de los casos pareciera que solo basta con respirar, estar bilógicamente en condiciones contrarias a las que está un ser inerte; en el segundo de los casos, si exige mayores componentes que en ocasiones pasamos de alto y que a continuación los enumeraré:
Vivir es valorar los pequeños detalles: Saborearse las pequeñas cosas de la vida, hacer de lo trivial y sencillo de la vida algo extraordinario. Muchas personas esperan que suceda algo grande en sus vidas, hay una alta posibilidad que se queden esperando y que pasen los días y estas personas simplemente existan, mas no vivan verdaderamente. Vivir es aprender a disfrutar y el más mínimo detalle que aparece en el día a día.
Vivir es pensar en los demás: Cuando nos duele y sentimos la necesidad del otro, estamos viviendo, de lo contrario solo estamos existiendo. Una vida egoísta, no es vida.
La juventud muchas veces es sinónimo de egoísmo, por el afán de alcanzar los sueños y con la excusa de “disfrutar la vida” se termina pensando en el pan que llena y aparentemente sacia un momento, pero que finalmente genera un vacío mayor y para nada nutre.
La experiencia, el bagaje, la madurez de los años, ayuda a pensar en los otros. La madurez concede la gracia de pensar en los demás, lo vemos reflejado en nuestros abuelos que piensan en todos antes que en ellos mismos. Tienen muy claro que la vida verdaderamente toma sentido cuando se sirve a quien lo necesita.
Vivir es ser consciente de lo que está pasando en mi vida: Ser un inconsciente, vivir aturdido, narcotizado, embriagado, inútilmente adormecido eso no es vida.
Reconozco que la persona que decide vivir consiente tendrá que asumir más dolor, pero el que busca escapar de su realidad y la disfraza con una vida desordenada, no está viviendo. Por inconsciencia se destruye la vida.
Vivir es agradecer cada día: Todo lo que recibimos es un regalo, no somos dueños ni propietarios, somos unos administradores. Una persona que olvida, es una persona desagradecida. Frente a tantos regalos que recibimos cada día de parte de Dios y de las personas que nos aman, solo nos queda agradecer, reconocer que necesitamos del otro y que nada es casualidad, que por muy adversa que sea la situación por la que se está atravesando, es necesario obtener un aprendizaje de ella, solo así habrá valido la pena.
El mundo ofrece un amplio menú con propuestas gastronómicas, diversas alternativas de pecado. El mal se disfraza de llamativos platos que ilusionan y llenan por un instante a quien los prueba, generando mayor vacío y tristemente en muchas ocasiones haciendo volver a consumirlos.
Jesús se da a sí mismo, se ofrece como pan de vida, es el alimento que nutre y que logra vencer tiempo y espacio, no es algo de momento sino para la eternidad. Él se ofrece a sí mismo para que nosotros logremos vivir para siempre.
Cuando sentimos desanimo, cuando experimentamos tedio de la vida, cuando hemos desviado la mirada de la meta, todos lo hemos vivido, el peso de la existencia nos lleva a pensar en que lo correcto sería renunciar a lo que aspiramos, es necesario fortalecernos, alimentarnos del pan que nutre y no del que aparentemente llena. Busquemos a Jesús, alimentémonos de Él, solo así podremos vivir para siempre.
Escrito por: Santiago Ávila Higuita