¡Es un fantasma! El relato del Evangelio donde Jesús camina sobre el agua, (cf. Mt 14, 22-32) nos presenta que la reacción inmediata de los discípulos en la barca al ver a Jesús que camina hacía ellos, es llenarse de miedo y gritar con pavor que están viendo una fantasma. El texto nos dice que los discípulos estaban en mitad del lago siendo azotados por un viento impetuoso y era de madrugada, es decír, aunque estaba a punto de despuntar la aurora la tiniebla aun los envolvía. En medio de esa situación tan preopante y terrorifica que los circunda, los discípulos se asustan por una idea imaginaria.
Los discípulos parecen ignorar lo que sucede, inclusive a su Maestro, al cual consideran una aparición espectral. Ellos reflejan una indiferencia o incapacidad de reconocer la realidad que se contrapone con un imaginario sobre exaltado, que los lleva a temer a lo que no es, ni existe. Sin embargo, Jesús sí es y existe.
¡Jesús no es un fantasma! Estas palabras nos decía el Papa Francisco cuando en la Capilla mayor de nuestro Seminario, nos regalaba el cuadro que representa el pasaje anteriormente comentado. Insistía que no debíamos olvidar que Jesús no es un fantasma.
Este cuadro ha quedado fijado en una pared de nuestra capilla, y desde allí resuena esa sencilla pero real jaculatoria: Jesús no es una sombra, Él es presencia. Los fantasmas normalmente los asociamos con la representación sobrenatural de los muertos, pero Jesús está vivo, por ello, no puede ser fantasma; porque aunque murió resucitó, en cuerpo glorioso, pero no fantasioso.
Muchas veces podemos confundir a Jesús, creer que es un imaginario, una fantasía, una utopía; sencillamente no lo podemos percibir en nuestra vida que se unde en la oscuridad y se ve azotada por el viento. Sin embargo, aunque estemos en problemas, que nisiquiera nosotros reconocemos, como los discípulos incapaces de ver que se hundían, Jesús viene a nosotros y nos dice que tengamos fe, pues es Él.
Nosotros como discípulos del Señor, también podemos olvidarnos de su rostro y tener en nuestra imaginación una vaga sombra de lo que es Jesús. Aun así, Él se presenta en nuestra vida cotidiana aunque no lo reconozcamos, así le pasó a los discípulos en otro pasaje (Cf. Jn 21, 1-14). Jesús siempre está presente en nuestra vida, Él se acerca a nosotros, caminando sobre cualquier dificultad y nos dice como a los discípulos, “Miren mis manos y mis pies. Soy yo mismo (…) un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que tengo yo” (Lc 24, 39).
Tengamos la certeza de la presencia de Dios en nuestra vida, y aun cuando no creamos que Él vive, extiende tu mano y metela en el costado del Señor. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe. (Cf. Jn 20, 27).