DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

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Pbro. Jairo Henao

El mundo necesita de personas que se hagan pan.

En el diálogo de Jesús con la samaritana hay una pregunta motivada por una observación hecha por el Señor Jesús. Los discípulos se preguntan quién le habría traído de comer. La observación del Señor Jesús reza así: “Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis” (Jn 4,32). Un poco más adelante, dice Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34).

En el episodio del evangelio de Juan, que se proclama en la liturgia de hoy, reaparece la cuestión del alimento (Jn 6,1-15). Jesús pregunta como lo hiciera Moisés en el libro de los Números: “¿Con qué compraremos pan para que estos coman?” (Jn 6,5; Cf. Nm 11,13). Un detalle me parece significativo en la reaparición de la cuestión de la comida para la gente: mientras los discípulos, quienes están aprendiendo, se preocupan por el dinero (Jn 6,7), Jesús se apoya en la certeza de la providencia de Dios (Jn 6,11).

En efecto, los hombres miramos de maneras distintas a como lo hacía Jesús. Ellos veían simplemente dos panes de cebada y dos peces (Jn 6,8), imaginaban la necesidad de doscientos denarios para suplir tamaño reto. Jesús simplemente da gracias a Dios, evocación de su vida como eucaristía en la pascua de su vida, y reparte. Es decir, Jesús anticipa su partición en aquel signo. Cuando una persona se parte, mirando hacia Dios, esto es hacerse eucaristía, suele suceder lo inesperado: alimentar a multitud de hombres. Insisto en que nuestra generación necesita la mirada del Señor. La necesidad se agudiza en cuanto que somos enfermizamente calculadores y medimos todo a partir del dinero que invertimos o el compromiso que se requiere, que nos desborda.

Al finalizar el relato en griego, aparecen dos palabras que estaban radicalmente relacionadas con la celebración eucarística de finales del siglo I: <recoger> y <pedazos>. Sí, en griego se dice <synegagon> y <klásmata>, y ambas están presentes en una catequesis llamada la Didajé Apostólica. <Synegagon> hace referencia a la comunidad que se reúne en el nombre del Señor y <klásmata> era la palabra para designar los fragmentos del pan que se consumía en la eucaristía o que se reservaban para los menos favorecidos. Esto también es testimoniado por un documento del siglo II, la Epístola de Policarpo (4,2).

Pensemos en lo que guardamos en el sagrario, son los <klásmata> del siglo II. Y quienes celebramos la eucaristía, somos la <synegagon>. De esta manera, el creyente se nutre de Cristo, sacramento del Padre, y será capaz de responder a la pregunta, ¿con qué compraremos pan para que estos coman? (Jn 6,5). Esa una pregunta que no nos hacemos ya. Quizás son pocos los que entienden la relación entre el <klásmata> de Cristo y los muchos panes de los muchos necesitados. Aturdidos como estamos con la expresividad cultual de la celebración eucarística, olvidamos que ella siempre nos direcciona hacia el hermano, hacia la comunidad. Entiendo a Jesús, quien con cierto sentimiento de decepción se retira en soledad a la montaña (Jn 6,15), para consolarse, quizás, en la presencia del Padre, porque en él está el alimento que el mundo no conoce y que consiste en recrear el mundo, es decir, salvarlo (Jn 4,44). Todo el episodio es enmarcado por el evangelista en una de las pascuas celebradas por Jesús antes de entregar su vida en la cruz como definitivo cordero pascual (Jn 6,4; 1,36).

Cuán imaginativos eran los primeros cristianos para exponernos las enseñanzas del Señor, lo que su vida ha de ser para nosotros, lo que ha de inspirarnos, el compromiso al que nos arroja, el sentido de realidad tan humano que se abre ante nuestras mentes embotadas por la búsqueda de la ganancia o la distracción del simple rito religioso. Su pregunta es traducible para nosotros en muchas otras. Cualquiera de ellas es cierta si logra percibir la importancia de comer el pan, y el <klásmata> del sagrario, siendo con el otro <synegagon>, comunidad fraterna en múltiples horizontes.

Amén.

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