DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

El relato propiamente dicho comienza con el encuentro entre Jesús, el taumaturgo, y el enfermo. Este no llega solo. Lo llevan otros, que han de ser los que intercedan ante Jesús por él. El enfermo es presentado como sordo y tartamudo. A menudo la sordera va acompañada por dificultades en el habla, ya que ésta se articula por la imitación de los sonidos que no oyen.

Conforme al esquema de curaciones, en este caso los que llevan al enfermo donde Jesús, exteriorizan la súplica. Curiosamente esta consiste en que Jesús imponga la mano presumiblemente en la cabeza del enfermo. Las curaciones, como hemos dicho repetidamente, se hacían mediante contactos físicos del taumaturgo con el enfermo, o, como en el caso de la mujer enferma de flujos de sangre, del enfermo con el taumaturgo. En nuestro caso Jesús establecerá unos contactos físicos que van mucho más allá de lo que le piden.

 Lo primero que hace Jesús es apartar al enfermo de la multitud. Este tópico aparece frecuentemente en narraciones del mismo género. Se trata de mantener un cierto clima de misterio para la acción prodigiosa. En seguida se enumeran pormenorizadamente las manipulaciones que emplea Jesús, las cuales van, como acabe de decir, más allá que la simple imposición de manos. Como se trata de un sordo, Jesús se ocupa en primer lugar de los oídos del enfermo. «Metió los dedos en sus orejas». Se habla de la parte exterior del oído, las orejas. La sordera consiste en que los oídos están como cerrados. El meter los dedos en los huecos de las orejas cumple simbólicamente la tarea de abrirlos. Como, además de sordo, el enfermo era tartamudo, la segunda acción simbólica de Jesús consiste en escupir, presumiblemente en una de sus manos, para luego untar con la otra saliva en la lengua del enfermo. No solo para los antiguos la saliva era considerada como portadora de cualidades curativas. Por ello se empleaba en los tratamientos de curación.

 Antes de pronunciar la palabra decisiva se cuentan de Jesús dos acciones previas. Primero mira arriba al cielo. Se emplea la misma expresión que aparece en el relato de multiplicación de pan y pescado (6, 41). El sentido del gesto es obvio: el taumaturgo se dispone a recibir de Dios el poder necesario para cumplir su propósito. La mirada al cielo es, pues, una manifestación de confianza en Dios. En seguida se dice que suspira. Significa algo así como tomar aliento para luego proyectarlo mediante la palabra que saldrá de su boca. Es, pues, un proceder carismático, que tiene que ver con el poder del espíritu de Dios. Está en consonancia con la mirada a lo alto.

La palabra pronunciada para sellar la realización del prodigio aparece en nuestro texto en arameo: «Effathá». He explicado antes, en el comentario de la resurrección de la hija de Jairo, que el empleo de voces en idiomas extraños al del texto acentúa el nimbo misterioso del relato. Los expertos hablan de «discurso bárbaro». De esta manera la palabra mágica que realiza el portento se muestra como patrimonio exclusivo del taumaturgo. A ella no tiene acceso cualquiera. De ahí que a menudo la separación del enfermo de la multitud, como en nuestro caso, tengan que ver con el deseo de que nadie se entere de las manipulaciones empleadas y de las palabras pronunciadas para obtener la curación. En este caso este tópico ya ha perdido su sentido original, ya que de inmediato la expresión aramea es traducida al griego. El sentido simbólico de la expresión es colocado por encima del probablemente original sentido mágico del empleo de la lengua extraña.

Después se cuenta con detalle la curación conseguida en los dos órganos enfermos. Como el hombre era sordo, lo primero que sucede es la apertura de sus oídos. Precisamente para abrirlos, pues se suponían cerrados, Jesús había metido los dedos en sus orejas. Nótese que en la descripción de la acción simbólica de Jesús, cumplida exteriormente, se habló de las partes externas del oído, las orejas; en cambio para constatar la curación, que se supone ocurrida internamente, se habla de los oídos. Además el hombre era tartamudo. Jesús había tocado con su propia saliva la lengua del enfermo. De ahí resulta que su curación se constate como un ser desatada la traba que mantenía como amarrada su lengua. Sus dificultades para hablar, para coordinar los sonidos, son representadas como efecto de una lengua atada. La demostración de la curación de la tartamudez se expresa claramente: «hablaba correctamente». Es claro que el habla correcta demuestra esta segunda curación, porque el habla puede ser percibida por otros. En cambio nada se dice de demostración de la audición recuperada, que no puede ser percibida tan claramente como el habla.

 Aunque se dice en el v. 33 que Jesús junto con el enfermo se había apartado de la multitud, aquí curiosamente se supone que había gente por lo menos tan cerca del lugar de la curación, que habían podido ser testigos de ella. En la demostración narrada antes ya se suponía también algo semejante. Se aprecia, pues, que la narración está bien marcada por los tópicos generales y muestra pequeñas incoherencias. Como dije, había gente tan cerca del suceso, que Jesús puede mandarles guardar silencio acerca del mismo. En el contexto este mandato de silencio no tiene función alguna. Explícitamente se dice a continuación que todos lo violan a pesar de que Jesús seguía insistiéndoles en que debían callar. No creo que, si hubiese sido el evangelista el interesado en el silencio por razones teológicas, después de introducir aquí la orden de secreto, hubiera dejado que la narración concluyera como de hecho concluye. En realidad este mandato de secreto pertenece al relato original y se imparte precisamente para que se viole, para realzar de esa manera todavía más la acción de Jesús y su propia persona.

Es muy importante la descripción con que se presenta la violación del mandato de secreto por parte de los testigos. Se dice que ellos «predicaban» lo que había hecho Jesús. Recuérdese que éste se halla en tierra de paganos, donde no predica, solamente actúa. Son los paganos mismos los que predican. En Gerasa, el endemoniado mismo curado es encargado por Jesús de «anunciar» todo lo que el Señor (Dios) le había hecho. Este pagano cumplió el encargo de Jesús cuando se puso a «predicar» todo lo que Jesús le hizo. Los paganos, pues, son los que durante la vida terrena de Jesús «predican» acerca de Jesús. El verbo «predicar» que se emplea en estos textos es el mismo con que repetidamente se describe la misión que tanto Jesús como sus discípulos cumplen. Los primeros evangelizadores de los paganos fueron ellos mismos a partir de la actividad de Jesús.

 Una aclamación en coro cierra el relato. Expresa el asombro extraordinario de la multitud ante lo ocurrido y redunda en la alabanza de la persona misma de Jesús. Los acentos cristológicos del texto son inconfundibles. Se trata como de una breve pieza poética que cierra con broche de oro todo lo relatado. La inspiración de la aclamación es bíblica. Un texto como Is 35, 5 puede estar en el trasfondo de la aclamación, pero sobre todo la alusión a Gen 1, 31: «Entonces vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que estaba muy bien». El mencionado texto de Is presenta la esperanza de Israel para los tiempos mesiánicos: «Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán; entonces saltará el cojo como un ciervo y gritará de júbilo la lengua de los mudos». Si el cumplimiento de las promesas mesiánicas, juntamente con la alusión a la inmensa bondad de la obra creativa de Dios, se relaciona con la actividad de Jesús entre los paganos, esta curación del sordo tartamudo adquiere los rasgos de una nueva creación de los paganos. La alabanza a la obra maravillosa de Dios por Jesús es, pues, un eco agradecido de la alabanza de la iglesia entre los gentiles, dirigida a Dios que se ha dignado colocar en ella el cimiento de una nueva humanidad.

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