DOMINGO XI DE TIEMPO ORDINARIO

LAS ACTITUDES DEL PREDICADOR

Comentario al Evangelio de San Marcos (4, 26-34)

Alguna vez escuché en clases de teología, que las parábolas en las cuáles Jesús hacía referencia a la semilla, son en realidad referencias a su ministerio de predicación.  Un ministerio que fue encontrando enemigos entre los escribas (Cfr. Mc 3,22) quienes afirmaban que expulsaba demonios con el poder de Belzebú; también entre sus parientes encontró resistencia, quienes lo tildaron de “loco” (Cfr. Mc 3,21).  

Las parábolas no son por lo tanto historias amenas sobre Dios que Jesús relató y que no fueron aceptadas, sino que en ellas, como lo afirma el papa emérito Benedicto XVI, “se manifiesta la esencia misma del mensaje de Jesús y en el interior de las parábolas está inscrito el misterio de la cruz”[1].  La cruz es por lo tanto el horizonte de las parábolas.

Quisiera invitarlos a leer estas dos parábolas del próximo domingo desde esta perspectiva:  ¿Cuál debe ser nuestra actitud frente a una predicación que encuentra resistencia o inclusive, que hoy no encuentra resistencia sino total indiferencia?

Antes de continuar nuestro comentario, es necesario estar convencidos de lo que afirma San Pablo en la primera carta a los corintios:  Dios nos ha querido salvar “por la necedad de la predicación” (1 Cor 1,21).  La predicación en la vida de Jesús no fue una actividad más.  Fue su vida misma.  Para un futuro pastor, la predicación no será algo más que hará en su ministerio sacerdotal, es su vida misma.  A través de la palabra, Dios salva a sus hijos.

Jesús interpreta su ministerio de predicación desde la semilla misma.  En el relato que leeremos este domingo de San Marcos 4, 26-34, encontramos dos parábolas:  La semilla que crece por sí sola (Mc 4, 26-29) y la parábola del grano de mostaza (Mc 4, 30-32).  En ambas, Jesús subraya la acción del hombre que “siembra”.  Esa es la misión del predicador “sembrar”.  La misión no es hacer “crecer”.  Jesús inclusive afirma que el labrador sin que sepa cómo, verá cómo la semilla fructificará.  Hay un tema en la primera parábola que hace ya alusión al misterio pascual: “Duerma o se levante” (Mc 4, 27), es decir, aunque Jesús muera y resucite, lo sembrado dará fruto a su tiempo.  No depende de su voluntad, sino que la palabra recibida del Padre tiene en sí su propia potencialidad.  

La primera actitud del predicador es la confianza.  Y a partir de esta confianza, la siguiente actitud es la paciencia.  La semilla primero es hierba, luego espiga y finalmente cuando el grano está maduro, se siega.  Es un proceso.  Pero no es un proceso cualquiera, sino que es un proceso que sana.  La predicación si es realmente predicación de la palabra confiada por el Padre, es sanadora. 

En efecto, en la segunda parábola, Jesús hace referencia a la semilla de mostaza, la cual es pequeña y va creciendo hasta llegar a ser un gran árbol, donde los pájaros hacen sus nidos, es decir, encuentran seguridad en él.  Así es el Reino de Dios, va sanando los miedos, y para esto es la predicación:  Para sanar el miedo de los corazones.

Son dos las grandes fuerzas que mueven a los seres humanos:  El miedo y el amor.  Como pastores o futuros pastores, nuestra predicación necesita ser una predicación confiada y paciente, una predicación que en lugar de sembrar miedo, siembre amor.  Ese fue el camino de Jesús.  Aunque al final de su vida, su palabra fue rechazada en la cruz, allí se manifestó su amor por el Padre, pero fue tal su confianza, que aunque fue silenciado con la muerte, hoy su mensaje sigue resonando en toda la humanidad gracias a su gloriosa Resurección.  ¿No fue esta la suerte de San Oscar Romero y de tantos mártires? ¿No ha sido esta la suerte de los predicadores que fueron silenciados por los crucificadores de este mundo?

Terminemos este comentario haciendo un acto de confianza en la palabra recibida de parte de Dios Padre, es decir, en Jesucristo.  El Papa Francisco tiene un numeral en la Evangelii Gaudium que bien podría resumir el Evangelio de este domingo:

“La Palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir.  El Evangelio habla de una semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola también cuando el agricultor duerme (Cf. Mc 4, 26-29).  La Iglesia debe aceptar esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas”[2].


[1] RATZINGER, Joseph.  Jesús de Nazaret, desde el bautismo hasta la transfiguración.  Planeta: Bogotá 2007, pág 234.

[2] PAPA FRANCISCO, Exhortación apostólica la Alegría del Evangelio, EG n. 22

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