Pilar Espiritual
La dimensión espiritual expresa, particularmente, si el candidato ha sido convenientemente iniciado en su fe, y, por tanto, si su vocación es legítima o si se trata de la búsqueda de un modo de vivir. Por lo tanto el candidato debe:
- Haber recibido los sacramentos de la iniciación cristiana y dar muestras de haber sido iniciado en la fe y la vida cristiana.
- Manifestar espíritu sobrenatural, gozo y alegría por sentirse llamado, y ofrecer signos claros y suficientes de una sincera búsqueda de la vocación sacerdotal para dedicarse al servicio de los demás en la Iglesia y por amor a Jesucristo.
- Transparentar atracción por la persona de Jesús.
- Haber alcanzado cierta conciencia de la vocación bautismal y demostrar que está en continua conversión, de acuerdo con su edad.
- Reflejar piedad y fervor en la participación frecuente de los sacramentos (Eucaristía y Reconciliación)
- Demostrar interés por la dirección y acompañamiento espiritual.
- Valorar adecuadamente, de acuerdo con su edad, la vida de oración como camino de unión personal con Dios.
- Manifestar interés por conocer y vivir la palabra de Dios.
- Ser capaz de presentar ágilmente la historia de su vocación y distinguir en ella los signos por los cuales considera que Dios los llama al sacerdocio ministerial.
La formación espiritual se orienta a alimentar y sostener la comunión con Dios y con los hermanos, en la amistad con Jesús Buen Pastor y en una actitud de docilidad al Espíritu. Esta íntima relación forma el corazón del seminarista hacia el amor generoso y oblativo que representa el inicio de la caridad pastoral.
El centro de la formación espiritual es la unión personal con Cristo, que nace y se alimenta, de modo particular, en la oración silenciosa y prolongada. Mediante la oración, la escucha de la Palabra, la participación asidua en los sacramentos, en la liturgia y en la vida comunitaria, el seminarista fortalece su propio vínculo de unión con Dios, según el ejemplo de Cristo, quien tuvo como programa de vida hacer la voluntad de su Padre (cfr. Jn 4, 34). Durante el proceso formativo, el año litúrgico ofrece la pedagogía mistagógica de la Iglesia, facilitando el aprendizaje de la espiritualidad, a través de la interiorización de los textos bíblicos y de la oración litúrgica.
Los seminaristas sean invitados a cultivar una auténtica y filial devoción a la Virgen María183, sea a través de su memoria en la liturgia como en la piedad popular, concretamente con el rezo del Rosario e del Angelus Domini, considerando el hecho de que «cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie, ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra, hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad»
Se promuevan y encuentren espacio tanto las prácticas devocionales como algunas expresiones ligadas a la religiosidad o piedad popular, sobre todo en las formas aprobadas por el Magisterio189; mediante ellas los futuros presbíteros adquieran familiaridad con la “espiritualidad popular”, que deberán discernir, orientar y acoger, como expresión de la caridad y para una mayor eficacia pastoral