Pilar comunitario
La grandeza del ministerio presbiteral y el ministerio confiado por Dios a los hombres, exigen un sustrato humano adecuado, tanto a nivel de lo personal e individual como a nivel de las relaciones interpersonales y sociales. De este modo, el candidato dará suficientes muestras de ser persona que:
- Goza de buena fama y aprecio de la comunidad
- Cuenta con la salud física y psíquica suficientes avalados por estudios clínicos y psicológicos
- Posee virtudes humanas, tales como la sinceridad, la lealtad, el respeto por los demás, la discreción, la sencillez de vida, la disponibilidad para el servicio, la solidaridad, la prudencia, la obediencia y la capacidad para relacionarse con los demás.
- Elabora cuidadosamente una historia personal y familiar. La cual debe ser presentada por su párroco, que garantice la asimilación profunda y sin bloqueos del proceso formativo.
- Ha vivido su experiencia de fe en mi familia y en la comunidad parroquial.
- Tiene claro conocimiento de la exigencia del celibato como condición para la vida sacerdotal expresé a disposición inicial para abrazarlo por amor a Cristo y a la Iglesia.
- Maneja relaciones adecuadas y afectivamente maduras con todas las personas de diversas edades y con sus pares.
- Manifiesta personalidad estable y equilibrio de juicio proporcionados a su edad.
- Participa con normalidad las actividades deportivas, aunque no tenga las mejores habilidades.
La llamada divina interpela y compromete al ser humano “concreto”. Es necesario que la formación al sacerdocio ofrezca los medios adecuados para facilitar su maduración, con vistas a un auténtico ejercicio del ministerio presbiteral. Para este fin, el seminarista está llamado a desarrollar la propia personalidad, teniendo como modelo y fuente a Cristo, el hombre perfecto.
La formación humana, fundamento de toda la formación sacerdotal, promoviendo el desarrollo integral de la persona, permite forjar la totalidad de las dimensiones. Desde el punto de vista físico, se interesa por aspectos como la salud, la alimentación, la actividad física y el descanso. En el campo psicológico se ocupa de la constitución de una personalidad estable, caracterizada por el equilibrio afectivo, el dominio de sí y una sexualidad bien integrada. En el ámbito moral exige que el individuo adquiera progresivamente una conciencia formada, o sea, que llegue a ser una persona responsable, capaz de tomar decisiones justas, dotada de juicio recto y de una percepción objetiva de las personas y de los acontecimientos. Esta percepción deberá llevar al seminarista a una equilibrada autoestima, que lo conduzca a la toma de conciencia de sus propias cualidades, de modo que aprenda a ponerlas al servicio del Pueblo de Dios.