La Santísima Trinidad

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Pbro. José Luis Paniagua
Sacerdote

 “Pregunta a los tiempos antiguos…” Así hablaba Moisés a Israel (Dt 4,32-34.39-40). Pregúntales por Dios, y cuéntame qué saben de Dios. Pregúntale a tus contemporáneos. Hagámonos nosotros mismos la pregunta sobre Dios.

Sabemos mucho de Dios, de sus cualidades y atributos. Con cuánta facilidad descubrimos su santísima voluntad…Sería realmente muy bueno que la celebración de la Trinidad nos hiciera sentir profundamente el misterio de Dios; nos llenara de asombro y de fascinación; nos hiciera experimentar los abismos del ser y de la nada: “Dios es, yo no soy. Que Tú seas y yo no sea”, exclamaba Santa Catalina de Siena.

Hemos rebajado tanto el misterio, que nos hemos familiarizado neciamente con Dios. Hemos maltratado el misterio, pero Dios siempre es distinto de lo que pensamos. Israel conoció a Yahveh a través de las obras maravillosas que realizó en su favor. Experimentaban una y otra vez que el “Dios del cielo”, en el que habían creído sus padres, se acercaba a la tierra para hablarles: “hay algún pueblo que haya oído como tú la voz del Dios vivo?”; para liberarles: “Con mano fuerte y brazo poderoso… como todo lo que el Señor, Dios de ustedes hizo con ustedes en Egipto”; para amarlos: haciendo alianza con ellos, haciendo de ellos un pueblo escogido y bendecido: “¿Algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras?”

Este pueblo medita y reconoce que Dios le quiere y le quiere con predilección, que ha hecho opción por él, y que lo ha hecho gratuitamente, sin méritos propios, que Él siempre tomó la iniciativa. ¿Por qué así? No entiende bien. Quizá sea por su debilidad y pequeñez, por lo mucho que le necesita. “No porque sean el más numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que les tiene” (Dt 7,7-8). El pueblo de Dios lo fue conociendo en la medida que lo experimentaba, especialmente en los acontecimientos salvadores de su historia. Dios mismo tomaba la iniciativa y se hacía presente en medio del pueblo, porque el hombre no puede acercarse a Él.

Dios también se te acercará a ti, si tú realmente lo deseas. Puede que lo sientas en el desierto, puede que en el susurro de la brisa, en cualquier rato de oración o en cualquier acontecimiento de tu vida. Lo cierto es que si captas algo de Dios todo será para ti distinto.

Y es cierto también que, para llegar a Dios o que Dios llegue a ti, hay un camino que nunca se equivoca: es el camino del corazón. Mientras vivas en el amor, Dios estará en ti, tú estarás en Él, aunque no sepas cómo es y aunque ni siquiera lo sientas, pues, aunque no se haya visto a Dios, ya se sabe bastante. Sabes que Dios entra en tu vida, que no puedes vivir sin relacionarte con él, que tienes que vivir para Él. “En cuanto creí que había un Dios comprendí que no podía más que vivir para Él… Dios es tan grande, hay una tal diferencia entre lo que es Dios y todo aquello que no es Él” (Charles de Foucauld). Si Él ha hecho opción por ti, tú tienes que hacer opción por Él.

Jesús es el testigo culminante de Dios. Gracias a Jesús sabemos lo que es. Sabemos que nos ha adoptado como hijos y que así nos ha situado a la misma altura formando fraternidad. ¡Somos hijos de la Trinidad! Llevamos el sello del Dios Trino. Vivenciar a Dios es un don y una responsabilidad. Jesús, en su nombre, nos envía a hacer discípulos para enriquecer el mundo con su espiritualidad (Mt 28, 16-20). Dios quiere que su oferta llegue a todos los rincones y a todas las personas. Ahora está en nuestras manos vivir con gozo el don recibido y responsabilizarnos de él. Jesús envía a sus discípulos para que extiendan por el mundo la verdad y la riqueza del evangelio, para que Dios siga salvando al mundo. Y para que Él, Cristo, siga presente entre nosotros hasta el fin, todos los días Dios con nosotros. Amigo que no nos abandona; huésped que no se aleja: “Y qué es cuanto hemos dicho, Dios mío, vida mía, dulzura mía santa, o qué es lo que puede decir  alguien cuando habla de ti? Al contrario, ¡ay de los que se callan de ti! Porque no son más que mudos charlatanes” (Agustín, Confesiones Libro 1, IV).

 En sus últimas palabras, Jesús vuelve a usar el lenguaje trinitario. Todo se hará bajo el signo de la Trinidad. El cristiano será un consagrado a la Trinidad, desde que se abre a la nueva vida, desde el Bautismo. La comunidad cristiana será, por lo tanto, una imagen de la Trinidad. Por eso tendremos que descubrir, valorar y agradecer la maravillosa presencia de Dios en nuestra historia. Hagamos discípulos de Jesús por el bien de la misma humanidad, que siendo creyente se pone en sus manos, confía y descansa únicamente en la bondad de Dios. Como Israel, desde nuestra experiencia y vivencia podemos hablar acertadamente de Dios.

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